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Reconozco que me pierde mi alma céltica a la hora de escribir estas líneas, pero es justo hoy dedicar unas líneas y unos minutos a glosar la figura de este apasionado por el baloncesto y auténtico personaje estadounidense.
Nacido en Brooklyn el 20 de septiembre de 1917, ingresó en el Hall of Fame en 1968. Empedernido fumador de puros habanos, se le retiró en el Boston Garden una camiseta con el número 2 en su honor en la temporada 1984/85. Presidente de los Boston Celtics, la próxima temporada estará dedicada a su memoria.
Fue un peculiar y sagaz personaje del que, por destacar algunos hechos históricos, se puede decir que fue el primer entrenador en disponer sobre la cancha un quinteto titular de raza negra (“en el baloncesto no hay colores, sólo jugadores”, afirmó), el primero en contratar a un entrenador de la misma raza (otro mítico, Bill Russell) o el ‘listo’ que reclutó de la Universidad de Indiana State a un tal Larry Bird… un año antes de lo habitual en aquella época.
Mucho se podría decir acerca de Auerbach, su carrera profesional en las canchas (incomprensiblemente se retiró como entrenador a los 48 años) o en los despachos (mientras su corazón y sus pulmones se lo permitieron siguió trabajando), pero por encima de todo habría que destacar su fidelidad a un club y el amor que profesaba por su color: el verde céltico.
Hoy, como otro humilde ‘leprechaun’ rodeado de verdes tréboles al amparo del Atlántico, me descubro para rendir honores a Red Auerbach, el mito que, con su muerte, ha conseguido convertirse en leyenda del baloncesto.
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